Entrevista: Alejandro Pelayo (para T Magazine, The New York Times)

Fotos Lourdes Cabrera

Música triste para curar la tristeza

El pianista, y cincuenta por ciento de Marlango, encontró en la música la ayuda que necesitaba para comunicarse con los demás.

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La primavera había hecho amago de llegar por adelantado, pero Madrid se ha levantado de nuevo nublada. Estas tardes cubiertas tienen ese “no sé qué, qué sé yo” que lo impregna todo de una sensación extraña, a medio camino entre la nostalgia y la tristeza, pero también la expectación por algo que parece estar a punto de llegar, y pienso que no podría haber mejor momento para encontrarme con el pianista Alejandro Pelayo.

Pelayo (Santander, 1971) nos recibe en su casa, ubicada en pleno corazón de la capital, y nos invita a quitarnos los zapatos. La luz entra por el ventanal del salón e ilumina la sala capitaneada, cómo no, por un imponente piano de pared que, a su vez, esconde entre sus patas uno más pequeño color rojo, de juguete, de uno de sus hijos. Ha estado la semana anterior tocando con Marlango en su Santander natal, delante de toda su familia y los amigos de siempre, para presentar el nuevo disco de la banda, “Technicolor”. “Es muy diferente tocar en casa, porque la carga emocional que hay es muy fuerte. Allí el público no es solo público, son las caras de las personas que conoces. Llevaba mucho tiempo esperando ese día y luego tuve la sensación de que duró dos minutos, pero fue muy bonito”.

Abanderado del poder curativo de la música, a colación de la frase “Solo el amor puede herir, solo el amor puede curar la herida”, de la escritora Emily Dickinson, charlamos sobre la música entendida como forma de amor, y sobre por qué el pianista hace tantísimo hincapié en esta capacidad sanadora. Casualidad o no, hoy es el Día Internacional del Síndrome de Asperger. “Estoy diagnosticado y, gracias a que desde pequeño he tenido esta relación con la música, con el piano y con el lenguaje musical, he podido reconducir mi vida y relacionarme con los humanos a través, o gracias, al lenguaje musical. Simplemente con las palabras me habría resultado mucho más difícil. La música está ahí para no tener que hablar, para celebrar cuando no sabes hacerlo de otro modo y para dejar de estar solo, si esa soledad no es elegida. Basta poner una canción para que el estado de ánimo cambie de manera inmediata. Para mí, Mozart es la alegría. La que yo no tengo o me cuesta conquistar. Recurro a sus piezas cuando la necesito, sobre todo a las que escribió cuando era más pequeño, e inmediatamente me coloca en otro lugar”.

 

La entrevista completa en el número 21 de T Magazine (2019)